Tengo ganas de ti, de tu piel y de tus labios. Tengo ganas
de volver a sentir tu sonrisa a dos centímetros de la mía. Tengo ganas de que
abras la puerta y me abraces por detrás. Tengo ganas de que me amenaces con
amarme eternamente y que me castigues a mordisquitos en la oreja. Tengo ganas
de repetir por decimoquinta vez los besos de madrugada y las peleas de
pacotilla. Tengo ganas de que me digas que me quieres y que no haya otra a la
que quieras decírselo. Tengo ganas de que no olvides jamás mi apellido y mucho
menos mi nombre. Tengo ganas de encontrarte en mi cama y que me abraces con tu
brazo izquierdo. Tengo ganas de que me invites a cualquier burgerking de la
ciudad. Tengo ganas de que me tires todos mis peluches por la casa y que me
digas que aún soy una cría. Tengo ganas de que vengas por detrás pidiéndome perdón
y diciendo que no me enfade; A quién vamos a engañar, nunca soy capaz de enfadarme
contigo. Tengo ganas de que rompamos mi cama, follando o saltando; como tú
quieras. Tengo ganas de que me manches la nariz con la espuma de tu café y que
se te quede esa cara de tonto cuando te soplo al oído. Tengo ganas de que me
quieras. De que me quieras solo a mí, durante el resto del tiempo.
Y quizás no dure por siempre, pero si lo suficiente como para que sea
inolvidable. Porque desde que te vi sabía que tú serías para mí. Porque las
casualidades no existen y la vida no te ha puesto en medio para hacer de bache.
Porque me cansé de imposibles y te hice posible. Porque sonreí a todos los
problemas con la lengua fuera. Porque aunque mañana quizás tú ya no estés, el
nosotros siempre quedará. Y sobre todo,
porque tú siempre me has enseñado a querer a las personas por lo que te hacen
sentir, no por lo que los demás decían que eran.